“La llamada locura es, a veces, un salto a lo más profundo del hombre”


Entrevista a Oscar del Barco realizada por Jonathan Rippel y publicada en la revista Contraeditorial de El Argentino...




16-06-2010 / La “barbarie tecnológica” y la experimentación con drogas. Las tragedias de la dictadura y el mandato bíblico del “no matarás”, aplicado también a los revolucionarios. El peronismo, el tiempo kirchnerista y el lugar de la oposición. La poesía, la pintura, el erotismo. Una entrevista como para introducir, a quienes no lo conocen, a uno de los pensadores más originales de la galaxia intelectual argentina.
Por Jonathan Rippel

Fue militante del PC en los ’60, experimentó con drogas durante su exilio en México, es un ensayista y traductor de enorme prestigio. Es también poeta y en los últimos tiempos también se dedicó a la pintura. El filósofo Oscar del Barco –uno de los referentes principales de la experiencia cultural y política que significó la revista Pasado y Presente en la Córdoba de los ’70– escribió, en 2004, una carta abierta publicada en la revista La Intemperie. Ese texto provocó uno de los debates más francos de los últimos años en torno de las organizaciones armadas. En el debate, desde distintos espacios, participaron Nicolás Casullo, Ricardo Forster, Héctor Schmucler, Diego Tatian, Jorge Jinkins, Juan Ritvo, Eduardo Grüner y León Rozitchner, entre otros.

Del Barco, que acaba de publicar Alternativas de lo posthumano. Textos reunidos (Editorial Caja Negra), disparó en su primera intervención con una pregunta ardua y crucial (ver recuadro) acerca de si hay épocas, circunstancias o causas que justifiquen o no el uso de la violencia armada y el hecho de matar, ya sea para modificar un sistema inequitativo o para enfrentar a un enemigo siniestro. Su gesto, si bien el debate lleva años –o milenios– de circulación, volvió a poner el dedo en la llaga. Nadie negó el hecho de que su carta fue escrita con una honestidad brutal.

–Hace seis años su carta abierta acerca del “no matarás” tuvo una poderosa repercusión. El año pasado José Pablo Feinmann publicó Timote, un libro sobre el asesinato a Aramburu, y recientemente se estrenó Secuestro y muerte, el film de Rafael Filippelli, con guión de Beatriz Sarlo, entre otros, sobre el mismo tema. ¿Por qué piensa que la discusión sobre la violencia política en la Argentina sigue vigente?

–Porque es nuestra tragedia, algo que no pertenece al recuerdo ni al olvido sino que está allí, como en el momento de suceder, y porque todos fuimos y somos responsables. En esto no hay vueltas, y eso nos ronda como un clamor que nos pide cuentas. No vale hacerse los distraídos, eso es lo que somos, en cuanto seres libres y por consiguiente responsables. Ser responsable es responder a una voz que no se puede acallar... Por eso los decenios no han calmado nuestras conciencias. La memoria no es una fiesta sino algo del orden de la carne, de lo sagrado, de lo humano.

–Hay quienes sostienen, ya sea citando a la Constitución o invocando el derecho a la resistencia contra un opresor, como sucedió en dictadura, la legitimidad del uso de la violencia...

–La respuesta armada nos llevó a la tragedia, porque se desencadena una “lógica” mimética que no tiene fin. Las revoluciones armadas terminaron siempre en dictaduras, como fueron los casos de la Revolución Francesa, la rusa, la china o la cubana. Todas se convirtieron en dictaduras y luego de sus fracasos pasaron al sistema capitalista liso y llano. La resistencia es justa y puede abarcar múltiples y complejos espacios de luchas puntuales del pueblo por sus reivindicaciones, ya sean económicas, ecológicas, sexuales, culturales, etc. Yo hice mío el principio del “no matar”, pero sabiendo que se mata de mil maneras y en todas partes. Pero la muerte no puede ser un principio pues en caso de serlo no habría humanidad, no existirían los hombres... El hombre es un ser sagrado o absoluto y debe ser respetado como tal, nunca puede ser considerado un medio para otra cosa.

Arte, política y LSD.

Lejos de la antigua militancia en el PC de los ’60, lejos –al menos en lo que hace a lo cronológico– de su exilio en México, desde hace más de catorce años Oscar del Barco se dedica también a la pintura. “La pasión por la pintura o la poesía o la música es una enfermedad mental, una locura, ‘sin por qué y sin para qué’ como decía el poeta místico Angelus Silesius. No sé por qué razón me puse a pintar, simplemente diría que me dio la locura de pintar y que ya no paré”, cuenta desde Córdoba, donde reside.

Las ganas de escapar a las etiquetas –políticas o de otro tipo– tal vez expliquen su alejamiento de la política, su “fuga” hacia el arte, en tanto pintura, poesía o el consumo de sustancias enteógenas, al menos durante una época. En el capítulo “Viajes” de su flamante libro Alternativas de lo posthumano. Textos reunidos, relata, entre otras cuestiones, su experiencia con peyote, hongos y LSD.

–¿Por qué sostiene en una nota que precede a su última obra que la experimentación con sustancias enteógenas en Tecolutla, México, resultó decisiva en su escritura?

–Pienso que mis experiencias con enteógenos no fueron decisivas para mi escritura. Fueron importantes para mi vida y, en este sentido, seguramente para lo que vos llamás mi escritura. La experiencia con enteógenos lo que hace es abrir las puertas de la percepción y ponerte en un mundo inusitado, que es este mundo pero visto con otros ojos. Y es posible que esos sean los verdaderos, los que ven en un yuyo el universo y en todo hombre el absoluto, o algo así...

–¿Sintió alguna vez, tal vez a través de la experiencia con las “plantas de los dioses” o de otra manera, haber saltado a “lo más profundo del hombre”, haber llegado al estado de locura?

–De nada vale lo que yo diga porque se trata de una experiencia. Hablo de locura en el sentido de que es una experiencia que nos sitúa fuera del yo, fuera de la razón del yo, en un espacio –digamos– de unidad con las cosas y los seres del mundo, una suerte de éxtasis y de absoluta bondad. El mundo se vuelve otra cosa, los hombres se vuelven otra cosa. Pero hay que tener un cuidado supremo porque son experiencias al límite del abismo, y también porque hay grandes intereses malignos que convierten a las drogas en tragedias, pienso particularmente en los jóvenes que caen en las redes del narcotráfico.

–¿Por qué le da tanta importancia a la obra de Antonin Artaud en sus escritos?

–Creo, en el sentido de lo que vengo diciendo, que Artaud aportó cosas esenciales. Entre otras mostró que el sujeto, o el yo, son construcciones ideales de dominio. Además, con su propia vida, mostró (no digo que “demostró”) que la llamada “locura” es a veces un salto a lo más profundo del hombre y no una enfermedad. Artaud es uno de los que me acompañan diría desde siempre. Por muchas razones, pero entre las mayores porque supo ver el poderío asesino del sistema que “suicidó” entre tantos otros a Van Gogh, a quien se refirió en uno de sus más trágicos y hermosos escritos. Artaud rompió el encasillamiento de los géneros que constituyen el enclaustramiento burgués por excelencia.

–Contraeditorial surgió como un espacio para el debate de ideas, algo no del todo habitual dado el peso de un sistema mediático hegemónico que pide “no confrontar”, “no crispar a la sociedad”. ¿Qué valor le da a la polémica, al debate?

–A mí no me interesa la polémica por la polémica misma, no me interesa lo que de guerra tiene la polémica. Prefiero la conversación, el intercambio de experiencias, de ideas, pero bajo el signo de la relación amistosa-amorosa, el poner en juego la vida en un intercambio con un otro que es uno mismo y viceversa, como si fuera siempre una conversación interminable, talmúdica, alrededor de los temas últimos que en lugar de separarnos nos unen en lo propiamente trascendental, en ese fuera de todo, en lo abierto, que es la palabra.

–¿Cuál es su punto de vista sobre la actual situación política del país, de cara a las elecciones de 2011?

–Estoy en contra de los “millonarios”, es una palabra que usó Borges refiriéndose a la dirigencia política del peronismo. Yo diría, también, de los dueños de la tierra, de las fábricas, del sistema económico en general y de los militares y la jerarquía eclesiástica en particular. Nunca fui peronista. No creo que haya dos Perón, uno que fue más o menos progresista en su primer gobierno (porque no me olvido de los jefes de su policía, los torturadores Lombilla y Amoresano, de cómo lo mataron a –Juan– Ingalinella y torturaron a Mario Bravo, ni de su policía especial, ni de la aplicación de la ley de expulsión de extranjeros, que le costó cinco años de cárcel a mi amigo Kievcowski, etc.) y otro período en el que ordenó la formación de esa pandilla de asesinos que fue la Triple A. Hay un solo Perón, fascista y reaccionario. Además uno nunca sabe quién es peronista, si Menem, si Isabel, si López Rega, si Rodríguez Saá, si Reutemann, si Duhalde, si los asesinos, si los montoneros, si los progresistas que hoy acompañan al Gobierno, si la CGT, si los industriales, etc. No obstante, dada la calaña de muchos de los opositores y de lo positivo que tiene el actual gobierno, creo que en el caso de tener que votar votaría por Kirchner.

–¿Qué es lo que le parece positivo del actual gobierno y por qué habla de “la calaña de muchos de los opositores”?

–El actual gobierno ha hecho muchas cosas positivas. Recordemos la Corte Suprema de Justicia, el intento frustrado de un aumento a las retenciones a las grandes ganancias agrícolas, fundamentalmente vinculadas con la soja, su política de derechos humanos, la ley antimonopólica de la información, el gran plan de ayuda a los hijos de hogares pobres. Respecto a la “calaña” de los opositores, no se trata de todos sino de gente como Menem, Duhalde, De Narváez, Reutemann, los sectores ricos del campo que ocuparon las grandes rutas del país. ¿Te imaginás lo que sucedería si todos hiciéramos lo mismo para no pagar nuestros impuestos?

–En su nuevo libro parece explorar cuáles son las distintas alternativas a la caída de los grandes dogmas (capitalismo-comunismo). ¿A qué conclusión llegó?

–No llegué a ninguna conclusión. Creo que no se puede concluir porque siempre hay un más que imposibilita todo cierre, es decir toda totalidad, todo ser, o sustancia, o dios. Digamos que para mí lo esencial es la diferencia, la heterología, el infinito, lo opuesto a todo sistema cerrado, de tipo spinozista o hegeliano o lo que sea.

–¿Por qué incluye a la poesía y al erotismo entre las experiencias que pueden salvar al hombre de “El Sistema”?

–Poesía, erotismo, experiencia mística, artística, etc., se ubican en el único punto donde lo que llamo “Sistema” (capitalista, pero mucho más que capitalista) presenta una fisura. A este punto lo podemos nombrar con diversas palabras, por ejemplo alma, espíritu, yo, sujeto. Pero, al margen de su nominación, se trata del punto de lo abierto como manifestación. (Giuseppe) Ungaretti dijo: “Me ilumino de inmensidad”; yo tomaría esas palabras sagradas para referirme a lo inmenso en cuanto luz, y esa inmensidad-luz es lo que somos más allá incluso del ser.

–En el mismo libro sostiene que “lo que antes pudieron ser campos de encuentro para el pensamiento, hoy están anegados por la fuerza del despliegue de la edad técnica”. ¿Qué quiere decir?

–Creo que nuestra época es ya (aquí y ahora) la barbarie preanunciada por Marx, el nihilismo de Nietzsche y el dominio científico-técnico analizado, de distinta manera, tanto por Marx como por Heidegger. Creo además que el hombre, en sentido empírico, esta “chupado” o contrahecho por estas fuerzas que así devienen su propio ser, reificado, alienado, ultimado como último hombre. Se trata de fuerzas a cuyo conjunto, inestable y siempre en exceso, llamo “Sistema”. El hecho concreto es que el hombre pasó a ser un apéndice de la máquina, ya sea de la televisión, de la computación, la robotización, la comunicación celular, etc. Es la máquina la que nos conforma a sus necesidades y como formas de sus necesidades. La máquina es la que sabe, piensa y actúa, es la que a través del hombre diseña y construye el mundo.