Acá la mágica intervención con la que Emilio, prologuista del libro, coronó la presentación de Ningún lugar adonde ir en el CCMOCA....
Me interesaba en esta ocasión retomar una cuestión que está planteada hacia el final del prólogo, y que precisamente por eso no está más que esbozada, relativa a la primera persona en el documental de Mekas sin la cual no puede concebirse; me refiero justamente esa primera persona que se configura en el diario, en Ningún lugar adonde ir y, que, en general, suele asociarse con el documental de primera persona contemporáneo, que es, se puede decir, el documental contemporáneo por excelencia. Si hay una característica contemporánea del documental actual es precisamente ese pasaje al polo de la primera persona cuando en la historia del documental siempre se trató de la narración o la representación del otro, cultural, social, político, étnico, trabajador. En la historia del documental la representación del yo estaba ante todo prohibida, porque en esa inter-dicción –esto es, que el cineasta no dijera su yo- se aseguraba la condición objetiva del documental y se fundamentaba pues el documental. El documental contemporáneo, en su forma más innovadora, termina con esa interdicción porque hace de su objeto a los cineastas mismos, que hablan de sí y crean sus propias imágenes. Hablar de sí, escribir sobre sí, filmar sobre sí, es una modalidad cada vez más extendida, que no implica solo al documental, sino a la cultura contemporánea misma: desde la última literatura argentina que la crítica ha denominado ya como la “literatura del giro autobiográfico” (que incluye por lo menos La vida descalzo en Villa Gesell y otras playas, de Alan Pauls, Un año sin amor de Pablo Pérez, su diario del HIV, y Maniobras nocturnas de Edgardo Cozarinsky, sobre el servicio militar en su juventud, por nombrar deliberadamente a escritores de tres generaciones distintas) pasando incluso por el teatro argentino e internacional como Crudo de José María Muscari, o como La noche que Larry Kramer me besó, de David Drake, obras que están actualmente, al mismo tiempo, en cartel o que lo estuvieron hasta hace muy poco, hasta la actual proliferación inabarcable, para cualquiera que se interese por ellos y quiera leerlos, de blogs de la intimidad, y también de páginas personales de internet.
Si uno quisiera establecer una primera distinción entre la autobiografía de Mekas y los relatos autobiográficos contemporáneos, en cualquiera de las formas en que se expresen, podría decirse que hay algo del orden de la experiencia que es irreductible. Desde luego que, en un punto, toda experiencia personal es irreductible, e incluso intransferible aun cuando haya la posibilidad de su relato o de su comunicación, pero en Mekas la experiencia es, además de personal, se diría, histórica. En Mekas hay aquello que habría que considerar como un lado público, político, de la experiencia que hace, efectivamente, histórica la experiencia más personal y más subjetiva, que hace histórico lo más íntimo. Por la lectura de su diario sabemos que esa experiencia está constitutivamente relacionada con la persecución política, de signo nazi y de signo stalinista, y con la segunda guerra mundial, en particular con los campos de trabajo forzados y con los campos de refugiados, pero también con la diáspora que la guerra europea impuso a las poblaciones y en consecuencia con la emigración a América. En este sentido, se trata de una vida, la de Mekas, constituida bajo la forma del asedio, de la amenaza, del peligro mismo de la extinción, y en la que el traslado constante, al menos hasta llegar a Estados Unidos, se impone por supervivencia. En Mekas ese asedio de la vida por la política, por motivos originados en la política, lleva por supuesto a una repulsa no ya de toda acción política, sino de todo proyecto político, algo que está en la base de su pacifismo marcado por la influencia del budismo en alguno de sus amigos beatniks, como Allen Ginsberg, pero también por su relación con los músicos de rock como John Lennon y Yoko Ono. Pero esto no quiere decir, desde luego, que su experiencia no sea finalmente la de una vida atravesada por la política y la historia. A eso me refiero con irreductibilidad de la experiencia en Mekas.
A partir de esto, sería posible afirmar que la experiencia contemporánea, quiero decir, la experiencia que es material de los relatos en primera persona contemporáneos, no posee el mismo carácter histórico, no porque en la contemporaneidad no haya acontecimientos políticos de magnitud, desde luego, sino porque esos acontecimientos no están en la definición de la experiencia de quienes asumen la narración de su vida. Dicho de otro modo, la narración de la propia vida en la contemporaneidad no depende ya de experiencias que se han visto afectadas, o que han sido constituidas, por la vida histórica o política. Incluso, en la narración contemporánea de sí, no es tampoco la vida pública (no ya la vida política) la instancia en la que el autobiógrafo busca aquellos motivos que pudieron incidir en la formación de su subjetividad. Basta tener en cuenta, para comprender esto, el documental de Jonathan Caouette, Tarnation, uno de los documentales contemporáneos más célebre, y más celebrado, por sus innovaciones formales y por la historia que allí se narra. En la narración de su vida, que sin duda implica la de su madre, cuya enfermedad es en gran parte consecuencia de los tratamientos que recibió en instituciones públicas, Caouette no busca encontrar allí razones de su estado, no ya bajo la forma de algún tipo de protesta sino ni siquiera bajo la forma de la queja. Algo similar, diría yo, ocurre con el diario de Pablo Pérez, Un año sin amor, donde sin duda la experiencia de la sexualidad y de la enfermedad son decisivas en la formación de la subjetividad, pero donde la vida misma está replegada en las prácticas eróticas y sexuales de elección, en la deriva a que esas prácticas llevan, sin rastros de lo público salvo aquellos que es posible notar aún en los dispositivos de control de la medicina.
En la medida en que la vida se aleja de lo público, en la medida en que el sujeto se repliega más sobre sí, la narración se vuelve algo más banal, pero también por eso mismo más novedosa y, en efecto, innovadora, en los términos de la narración autobiográfica literaria, puesto que la autobiografía siempre estuvo autorizada por la historia del sujeto que se narra, por su importancia en algún campo del saber, de la política, de la cultura, y también novedosa e innovadora en los términos de la tradición del documental. Del mismo modo que el documental históricamente prohibió la representación de sí, impidió también la banalidad del registro, porque el documental se fundamentó siempre en la importancia (social, política, étnica) de su tema o de su objeto, es decir, en la importancia de aquello que daba a ver con sus imágenes. De modo que no habría que considerar ese crecimiento de la banalidad como una falla, un defecto, o un desmérito del documental de sí o de las narraciones de primera persona, porque en la narración de esas intimidades despejadas del horizonte de lo público, no solo es posible ver algo más o menos evidente, esto es, el fracaso contemporáneo de la política en términos históricos y el triunfo de las políticas neoliberales durante las últimas décadas, por lo menos hasta la crisis global de nuestro presente.
No solo es posible ver eso, que es más o menos obvio. Más bien me interesa, respecto de esto, por lo menos, otras dos cosas. Una, lo que sería posible considerar como una imposición extensiva de la tecnología del blog que, se puede decir así, constituye toda una tecnología del yo, en ya que no solo habilita sino que produce, en el sentido de que demanda o incentiva, toda una discursividad de sí, la producción de discursos de la intimidad, de las pasiones privadas, la narración de los aspectos más nimios de la propia historia, en un grado que no tiene precedentes y que hace a cada sujeto que se narra a sí mismo, en el nuevo dispositivo tecnológico, sino más pleno, más completo, porque se expresa, y, en todo caso, si se quiere más libre, si se considera que puede decir de sí todo lo que quiera; y, además, cuenta, en esa confesión de sí, con lectores, con auditores o con espectadores, que siempre de alguna manera o de otra van a responder a su discurso. Y dos, que esa tecnología conduce a puestas en escena (en el teatro, en la literatura, en el cine) de acuerdo a ese modelo de narración y exhibición de sí, que es lo que estoy llamando, a falta de otro término mejor, la tecnología del blog. Pongo como ejemplos de esa puesta en escena de la tecnología del blog, la obra de teatro Crudo, de José María Muscari, cuya puesta en escena depende necesariamente de esa tecnología, es impensable sin ella, y en este aspecto es una de las obras más banales y más obscenas en su banalidad (y probablemente ahí resida cierta radicalidad de su obra); la novela de Daniel Link, Monserrat que, como se sabe, está armada con sus textos publicados en su blog, “linkillo: cosas mías”; y no es menos cierto que Tarnation se alimenta del formato casero del video, esto es del videohome que, yo diría, es un análogo tecnológico del blog, en la medida en que también induce al registro de la imagen de sí. Si fuera posible decirlo así, afirmaría que el crecimiento de la banalidad, promovido por la tecnología, ocurre junto con el decrecimiento de la experiencia histórica, la experiencia que antes, refiriéndome a Mekas, llamé irreductible. Suponer entonces que el documental de primera persona de Mekas anticipa o es el antecesor necesario del documental de sí contemporáneo, es pasar por alto estas diferencias, además de considerar las relaciones entre documentales en un sentido evolutivo. Sin duda, el mejor texto donde es posible captar esa diferencia es, justamente, el diario de exilio que presentamos hoy, Ningún lugar adonde ir, además de, por supuesto, las películas que podrán verse en este pequeño ciclo.
Si uno quisiera establecer una primera distinción entre la autobiografía de Mekas y los relatos autobiográficos contemporáneos, en cualquiera de las formas en que se expresen, podría decirse que hay algo del orden de la experiencia que es irreductible. Desde luego que, en un punto, toda experiencia personal es irreductible, e incluso intransferible aun cuando haya la posibilidad de su relato o de su comunicación, pero en Mekas la experiencia es, además de personal, se diría, histórica. En Mekas hay aquello que habría que considerar como un lado público, político, de la experiencia que hace, efectivamente, histórica la experiencia más personal y más subjetiva, que hace histórico lo más íntimo. Por la lectura de su diario sabemos que esa experiencia está constitutivamente relacionada con la persecución política, de signo nazi y de signo stalinista, y con la segunda guerra mundial, en particular con los campos de trabajo forzados y con los campos de refugiados, pero también con la diáspora que la guerra europea impuso a las poblaciones y en consecuencia con la emigración a América. En este sentido, se trata de una vida, la de Mekas, constituida bajo la forma del asedio, de la amenaza, del peligro mismo de la extinción, y en la que el traslado constante, al menos hasta llegar a Estados Unidos, se impone por supervivencia. En Mekas ese asedio de la vida por la política, por motivos originados en la política, lleva por supuesto a una repulsa no ya de toda acción política, sino de todo proyecto político, algo que está en la base de su pacifismo marcado por la influencia del budismo en alguno de sus amigos beatniks, como Allen Ginsberg, pero también por su relación con los músicos de rock como John Lennon y Yoko Ono. Pero esto no quiere decir, desde luego, que su experiencia no sea finalmente la de una vida atravesada por la política y la historia. A eso me refiero con irreductibilidad de la experiencia en Mekas.
A partir de esto, sería posible afirmar que la experiencia contemporánea, quiero decir, la experiencia que es material de los relatos en primera persona contemporáneos, no posee el mismo carácter histórico, no porque en la contemporaneidad no haya acontecimientos políticos de magnitud, desde luego, sino porque esos acontecimientos no están en la definición de la experiencia de quienes asumen la narración de su vida. Dicho de otro modo, la narración de la propia vida en la contemporaneidad no depende ya de experiencias que se han visto afectadas, o que han sido constituidas, por la vida histórica o política. Incluso, en la narración contemporánea de sí, no es tampoco la vida pública (no ya la vida política) la instancia en la que el autobiógrafo busca aquellos motivos que pudieron incidir en la formación de su subjetividad. Basta tener en cuenta, para comprender esto, el documental de Jonathan Caouette, Tarnation, uno de los documentales contemporáneos más célebre, y más celebrado, por sus innovaciones formales y por la historia que allí se narra. En la narración de su vida, que sin duda implica la de su madre, cuya enfermedad es en gran parte consecuencia de los tratamientos que recibió en instituciones públicas, Caouette no busca encontrar allí razones de su estado, no ya bajo la forma de algún tipo de protesta sino ni siquiera bajo la forma de la queja. Algo similar, diría yo, ocurre con el diario de Pablo Pérez, Un año sin amor, donde sin duda la experiencia de la sexualidad y de la enfermedad son decisivas en la formación de la subjetividad, pero donde la vida misma está replegada en las prácticas eróticas y sexuales de elección, en la deriva a que esas prácticas llevan, sin rastros de lo público salvo aquellos que es posible notar aún en los dispositivos de control de la medicina.
En la medida en que la vida se aleja de lo público, en la medida en que el sujeto se repliega más sobre sí, la narración se vuelve algo más banal, pero también por eso mismo más novedosa y, en efecto, innovadora, en los términos de la narración autobiográfica literaria, puesto que la autobiografía siempre estuvo autorizada por la historia del sujeto que se narra, por su importancia en algún campo del saber, de la política, de la cultura, y también novedosa e innovadora en los términos de la tradición del documental. Del mismo modo que el documental históricamente prohibió la representación de sí, impidió también la banalidad del registro, porque el documental se fundamentó siempre en la importancia (social, política, étnica) de su tema o de su objeto, es decir, en la importancia de aquello que daba a ver con sus imágenes. De modo que no habría que considerar ese crecimiento de la banalidad como una falla, un defecto, o un desmérito del documental de sí o de las narraciones de primera persona, porque en la narración de esas intimidades despejadas del horizonte de lo público, no solo es posible ver algo más o menos evidente, esto es, el fracaso contemporáneo de la política en términos históricos y el triunfo de las políticas neoliberales durante las últimas décadas, por lo menos hasta la crisis global de nuestro presente.
No solo es posible ver eso, que es más o menos obvio. Más bien me interesa, respecto de esto, por lo menos, otras dos cosas. Una, lo que sería posible considerar como una imposición extensiva de la tecnología del blog que, se puede decir así, constituye toda una tecnología del yo, en ya que no solo habilita sino que produce, en el sentido de que demanda o incentiva, toda una discursividad de sí, la producción de discursos de la intimidad, de las pasiones privadas, la narración de los aspectos más nimios de la propia historia, en un grado que no tiene precedentes y que hace a cada sujeto que se narra a sí mismo, en el nuevo dispositivo tecnológico, sino más pleno, más completo, porque se expresa, y, en todo caso, si se quiere más libre, si se considera que puede decir de sí todo lo que quiera; y, además, cuenta, en esa confesión de sí, con lectores, con auditores o con espectadores, que siempre de alguna manera o de otra van a responder a su discurso. Y dos, que esa tecnología conduce a puestas en escena (en el teatro, en la literatura, en el cine) de acuerdo a ese modelo de narración y exhibición de sí, que es lo que estoy llamando, a falta de otro término mejor, la tecnología del blog. Pongo como ejemplos de esa puesta en escena de la tecnología del blog, la obra de teatro Crudo, de José María Muscari, cuya puesta en escena depende necesariamente de esa tecnología, es impensable sin ella, y en este aspecto es una de las obras más banales y más obscenas en su banalidad (y probablemente ahí resida cierta radicalidad de su obra); la novela de Daniel Link, Monserrat que, como se sabe, está armada con sus textos publicados en su blog, “linkillo: cosas mías”; y no es menos cierto que Tarnation se alimenta del formato casero del video, esto es del videohome que, yo diría, es un análogo tecnológico del blog, en la medida en que también induce al registro de la imagen de sí. Si fuera posible decirlo así, afirmaría que el crecimiento de la banalidad, promovido por la tecnología, ocurre junto con el decrecimiento de la experiencia histórica, la experiencia que antes, refiriéndome a Mekas, llamé irreductible. Suponer entonces que el documental de primera persona de Mekas anticipa o es el antecesor necesario del documental de sí contemporáneo, es pasar por alto estas diferencias, además de considerar las relaciones entre documentales en un sentido evolutivo. Sin duda, el mejor texto donde es posible captar esa diferencia es, justamente, el diario de exilio que presentamos hoy, Ningún lugar adonde ir, además de, por supuesto, las películas que podrán verse en este pequeño ciclo.